La palabra propiocepción deriva de sus raíces “propio-”, que significa de uno mismo; y “-cepción”, que significa consciencia. Es decir, la consciencia de lo propio: la consciencia de la propia postura corporal con respecto al medio que nos rodea. La propiocepción es la capacidad que tenemos a través de nuestro sistema músculo esquelético de saber en qué posición nos encontramos, sin necesidad de utilizar la vista. Así de manera autónoma somos capaces de adaptarnos a las irregularidades del terreno y desajustes del medio que nos rodea y conseguimos mantener la estabilidad articular bajo condiciones dinámicas.
A pesar de que no somos conscientes de ello, los componentes de nuestras articulaciones (músculos, tendones y ligamentos) junto con la visión y el equilibrio envían constantemente información al cerebro acerca de su posición con respecto a nuestro entorno, formando una imagen o patrón de la ubicación y estado de cada uno. Esta información es la que le permite a nuestro cerebro fabricar las respuestas, dando como resultado la realización de movimientos precisos. Toda esta información es la propiocepción, y la consideramos un sentido más de nuestro cuerpo.
¿Y por qué es importante la propiocepción?
Los ligamentos desempeñan un papel muy importante en la articulación. Por un lado, ofrecen resistencia al movimiento anómalo (son como unas cuerdas que impiden que los huesos se separen más de la cuenta) y además, aportan una retroalimentación neurológica, es decir, nos informan sobre la posición de la articulación y produce una respuesta que nos protege ante la tensión excesiva, evitando así una posible lesión.
Tras la lesión de una articulación, estos mecanismos quedan desorganizados, por lo que perdemos la estabilización refleja de la articulación y esto contribuye a que la lesión se reproduzca. Por ejemplo: cuando nos hacemos un esguince de tobillo, los ligamentos, cápsula, tendones, etc. éstos quedan distendidos. Esta lesión hará que la señal sensorial llegue alterada a nuestro cerebro por lo tanto, se enviará una respuesta motora inadecuada; de manera que será más fácil volver a tener un esguince en el futuro. Con el trabajo propioceptivo podemos reeducar estas estructuras con el objetivo de favorecer las respuestas automáticas y reflejas.
¿Qué pasaría si nuestra propiocepcion se ve afectada o no la entrenamos?
Sin la propiocepcion, no podemos movernos. Pongámoslo así: si te pierdes en tu ciudad, inmediatamente buscas ubicarte para poder moverte. De igual manera sucede en nuestro cuerpo: si no sé en qué posición tengo el codo, tampoco sabré cómo moverlo. Tampoco podrías adaptarte a los cambios de tu entorno ni sabrías cómo cuidarte de ellos sin la propiocepción: si tu cerebro no tiene la información acerca del entorno, no podrá generar las respuestas adecuadas y por tanto podrías llegar a lesionarte si se genera un cambio brusco en tu contra en el medio en el que te desenvuelves.
Imagínate ¿qué sería de nosotros sin propiocepción? Un jugador de tenis no podría realizar un saque correctamente, nos costaría meter una llave a través de un cerrojo e incluso llevar una cucharada de comida a la boca. Por eso hay que trabajar la propiocepcion.
Para trabajar la propiocepción, debemos provocar estímulos externos que favorezcan las reacciones musculares reflejas, aumentando la dificultad de manera progresiva.
Propiocepcion y Pilates.
El método Pilates contribuye de manera notable al entrenamiento del sistema propioceptivo a través del conocimiento y conexión con el propio cuerpo por medio del trabajo y la concentración. Mediante ejercicios diseñados para integrar el trabajo sobre la estabilidad postural, el equilibrio con o sin la ayuda de elementos inestables como el Fitball o pelota grande, mejora la coordinación, optimizando así las actividades de nuestra vida diaria, mejorando los gestos técnicos de nuestro deporte preferido y previniendo lesiones.